FERNANDO RÍOS SOLER
El régimen franquista, que nunca dejó de aplicar la represión generalizada, no pudo nunca considerar firmemente establecidos sus fundamentos: la unidad territorial -entendida como centralidad- y el catolicismo, garantías, se pensaba, de la paz en el país; y escribo nunca porque, desde muy pronto, surgieron movimientos sociales contestatarios.
A pesar de la estricta prohibición, hubo primeras huelgas obreras motivadas por mejorar la supervivencia cotidiana y, por lo tanto, sin ninguna opción política. Las zonas fabriles fueron protagonistas de ellas; así, en 1946, la plantilla de la Fábrica Nueva de Manresa -integrada en su mayoría por mujeres- dejó de producir y consiguió aumento salarial y mejoras en el racionamiento de la comida. Vizcaya siguió el camino reivindicativo el año siguiente, con más de 50.000 personas, y en 1951, las provincias vascas realizaron una huelga solidaria con lo que estaba sucediendo en Barcelona. El sindicato oficial del régimen mostraba así sus debilidades sobre todo cuando no evitó numerosas protestas durante las décadas de los años 60 y 70 que ya conllevaban, además de mejores salarios y relacionales laborales, finalidad política en defensa de un estado democrático.
Otro ámbito rebelde fue la Universidad, sobre todo a partir de los actos de 1956. Lo paradójico es que estos hechos claramente antifranquistas fueron realizados por la generación que no conoció la Guerra Civil y que provenía de las familias franquistas. Se produjo una profunda separación intergeneracional de muy difícil recomposición.
El Concilio Vaticano II, terminado en 1965, pretendía una importante renovación de muchos planteamientos católicos tratando de acercar el mensaje evangélico a todos los sectores sociales más desfavorecidos. En los populosos extrarradios de las ciudades, carentes de infraestructuras urbanas básicas, fueron erigiéndose modestas iglesias que servían para oficios litúrgicos y también como centros asamblearios con fines políticos y culturales tendentes a mejorar las condiciones de vida de la población. Fueron los famosos curas obreros denostados por los acólitos del régimen, quienes se imbricaron en la vida de estos barrios, con el ejemplo del jesuita Padre Llanos viviendo en el Pozo del tío Raimundo, uno de los barrios madrileños.
En pleno desarrollismo industrial y turístico también se reactivaron los nacionalismos con el catalán y vasco por bandera. En este asunto, siempre hubo fuertes vinculaciones con sectores de la Iglesia -recordemos al obispo de Bilbao, Antonio Añoveros o el monasterio catalán de Montserrat- y figuras importantes del mundo de la canción -Joan Manuel Serrat, José Antonio Labordeta, Lluís Llach y Raimon, entre muchos otros- que trabajaron conjuntamente por una España democrática aprovechando la imagen internacional que el país estaba mostrando.
La respuesta del régimen fue una mezcla de incomprensión por no entender cómo eran posibles tantos frentes rebeldes -algunos de ellos supuestamente afines- y represión, con la creación de la Dirección General de Seguridad -ubicado en la actual sede de la Comunidad de Madrid- y el Tribunal de Orden Público que dejaron regueros de sangre como legado.
FERNANDO RÍOS SOLER




