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Villena

“Una honda preocupación”, por Gonzalo Trespaderne

El pasado 1 de diciembre tuvo lugar la entrega de Premios de Investigación e Iniciación a la Investigación de la Fundación José María Soler (el arqueólogo que ese mismo día, en el año 1963, descubrió el Tesoro de Villena). Mi hija, obtuvo un accésit en la modalidad de 1º y 2º de ESO, y un alumno de mi instituto, otro. Me sentí doblemente satisfecho. En el caso del chico, por haber sido el profesor que entró en su aula el curso pasado para anunciarles la convocatoria, explicarles las bases y animarles a que participaran. En el caso de Isabel Sofía, por haber dedicado algunas horas, junto con Pedro Marco (el pintor sobre el que versaba el trabajo) y su mujer Leo, a ayudarle a recabar la información, seleccionarla, completarla con otros documentos, redactarla y presentarla correctamente. Hace dos años efectué algo similar con mi hijo; pero este no alcanzó ningún galardón. Sin embargo, creo que siempre recordaremos con agrado (y esta es la mejor recompensa, junto con las enseñanzas que pude compartir con él para cada vez que tenga que elaborar un trabajo académico) las visitas a la Colonia de Santa Eulalia y a la biblioteca de Sax para que hiciera fotografías y entrevistara a un experto en el tema. También los ratos en la mesa de estudio de su habitación poniendo negro sobre blanco “La influencia del socialismo utópico” en la creación de ese emblemático lugar.

Antes de continuar, quiero decir que este tipo de tareas que considero un pequeño valor añadido a mis competencias como educador, tanto con los míos como con los de los demás, me llenan de orgullo más que, por ejemplo, haber escrito y publicado una novela.

Con aspiraciones menos altas, el domingo pasado dediqué un buen rato por la tarde (tomando el relevo a las actuaciones pedagógicas que realiza en casa mi mujer con mayor entrega que yo) a realizar con la niña una presentación en power point sobre el arte románico. Confieso que parte del tiempo no hice otra cosa que decirle “vamos a buscar en distintos sitios”; “lee bien primero, dime o dite lo que has entendido, sintetiza lo importante en relación con el asunto en cuestión y escríbelo con tus propias palabras”; “no caigas en la tentación del copia y pega”… Luego, el miércoles, estuvimos repasando para el examen de Historia que hizo el jueves. Y ya veremos si lo aprueba, porque, según ella, fue difícil. Ese mismo día, en una reunión con compañeras comentamos los resultados de la evaluación en nuestro centro y coincidimos en que los déficits en comprensión lectora y expresión están creciendo a pasos agigantados, más durante la pandemia. ¿Principal motivo? Muy probablemente la falta de lectura o de elaboración de redacciones u otra suerte de escritos en sus ratos libres.

Con todo, en los últimos años vengo constatando con bastante inquietud que nuestros hijos e hijas necesitan más que nunca a alguien que esté a su lado por las tardes para completar la labor de las maestras o profes por las mañanas. Estoy de acuerdo con que lo ideal sería que vinieran del cole o del instituto sin dudas y con los deberes hechos, para poder dedicar su tiempo a realizar actividades extraescolares (juegos, música, idiomas, deportes…) Pero la realidad es que hay contenidos de distintas asignaturas que, por su complejidad, requieren una nueva explicación, complemento o repaso posterior, y hay profesorado que pide que se sigan realizando otros ejercicios fuera del aula. Esto nos puede llevar a plantearnos si las metodologías empleadas en nuestros sistemas educativos son las más adecuadas. Me detendré a reflexionar sobre este particular en un próximo comentario. Por otro lado, me parece del todo imprescindible estar ahí con nuestros pequeños o adolescentes para controlar que no estén con el Instagram o con un videojuego cuando no toca. A la enorme capacidad distractora de las pantallas dedicaré otro de mis siguientes comentarios.

Verdad es que en muchos hogares no hay, como en el mío, dos enseñantes o trabajadores con casi todas las tardes libres. Reconozco que me siento muy afortunado por ello. Pero también es cierto que allí donde no pueda haber un familiar que se implique en los quehaceres apuntados, habrá que contar con alguien que le sustituya.

Por lo demás, si alguien piensa que son los profesionales de la educación los que deben encargarse en exclusiva de educar, a mi entender, incurre en una grave cortedad de miras. Insisto: la supervisión, la ayuda o el refuerzo en casa son indispensables para completar la faena. El filósofo y pedagogo José Antonio Marina decía que educar es cosa de toda la tribu. Yo opino que, en estos tiempos que nos toca vivir, parte de ella anda perdida, o con intereses que poco contribuyen a una buena formación de nuestros menores. Por tanto, han de ser sus mayores o suplentes quienes asuman la responsabilidad. Nos guste o no. Va en el ello la adecuada transmisión de conocimientos, de la cultura en general: el futuro de nuestra sociedad en gran proporción.

Gonzalo Trespaderne Arnaiz

 


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