Hace algunos años, era el mes de marzo, llegó a Villena un sencillo sacerdote que dejará una muy profunda y arraigada huella, D. Diego Hernández González, cura de Santa María desde 1949 hasta 1954. Su paso por nuestra ciudad ha vinculado su nombre y el de Villena extendiéndola por todo el mundo. ¿Cuál es la razón?
El 25 de enero del año 2002 se inició el proceso de canonización de D. Diego. Una labor que D.m. puede llevar al Papa a declararle «santo» y proponerlo a toda la Iglesia universal como modelo e intercesor. En el reverso de la estampa, realizada para pedir su intercesión, y traducida a diversos idiomas, se puede leer:
«Nació en Javalí Nuevo (Murcia, España) el 25 de diciembre de 1914. Con diez años ingresó en el Seminario diocesano S. Fulgencio de Murcia. Recién iniciada la guerra civil española, de modo heroico salvó las especies eucarísticas del incendio provocado en la iglesia de su pueblo natal. Pocos días después, fue detenido y condenado a tres años de cárcel y trabajos forzados. Ordenado sacerdote en Barcelona el 9 de junio de 1940, inició su ministerio sacerdotal en algunos pueblos de Murcia y después en Villena (Alicante) con incansable entrega apostólica y caridad con los necesitados».
Sí, ciertamente, trabajó incansablemente, pero sobre todo, amó mucho. Y esta es la huella más hermosa y duradera que puede dejar una persona.
Cuando D. Diego llegó a su nueva parroquia, Santa María, los feligreses andaban intrigados preguntándose cómo sería el nuevo Cura. Al verlo llegar, con su apariencia sencilla y campesina, tostado por el sol, y bajo de estatura, poco esperaban de un cura que venía del campo. Al tiempo confesaron a su hermana Pura: «cuando llegó don Diego decíamos: este cura parece un pastor, pero cuando le oímos hablar cambiamos de opinión diciendo: ¡vaya un pastor! No del campo, sino de las almas».
Muy pronto comenzaron a contagiarse de su fuego. Colaboró intensamente en la reconstrucción de la parroquia, destrozada por la guerra civil. Él mismo se encargó de pintar la capilla del Sagrario -actualmente se conservan sus pinturas-, y de dibujar la imagen de la Virgen de la Asunción que luego mandó esculpir.
Pero, no se quedó en la reconstrucción material del templo, aún recuerdan algunos su expresión: «Me desharé como azúcar en el agua por la atención de los feligreses de la parroquia».
En 1950 fundó la Escuela Parroquial Santa María. A la vez, creó talleres de costura y escuelas nocturnas de alfabetización para mujeres. Instauró la Acción Católica, la Adoración nocturna, grupos «cenáculos» para los jóvenes Le encantaba estar entre los jóvenes, su cercanía les haría bien, pensaba. Estableció en la parroquia un Cine. Por medio de excursiones, normalmente a un Santuario de la Virgen, encuentros, obras de teatro, momentos de reflexión y oración iba haciendo madurar su vida.
Organizó Cáritas parroquial e interparroquial. Tenía una gran preocupación por los más pobres, especialmente aquellos que vivían en las cuevas cercanas de la parroquia de Santa María. En una de sus visitas a los enfermos de aquellas cuevas, se encontró con un agonizante, al que ayudó a bien morir. Pero aquellas gentes no tenían ni una camisa limpia que ponerle al difunto. D. Diego pidió que le dejaran a solas con él. Se quitó la sotana y la camisa, y con ésta amortajó al difunto. Al salir, se despidió consolando a los familiares. Aquellas gentes no olvidaron que dieron sepultura a su padre con la camisa blanca de su cura.
Todos los días, bien temprano, las mujeres de Acción Católica preparaban muchos litros de leche para los pobres. ¡Cuántas veces su hermana Pura, al ir a la habitación para arreglarla, no encontraba el colchón o las mantas de su propia cama…! Se las había dado a algún pobre. O aquella ocasión en el que salió con la olla de la comida para sus pobres. Bueno, una detrás de otra. Tantas, que su hermana le rogaba a algún feligrés de confianza hablase con D. Diego, pues todo lo daba.
En una ocasión, después de una gran nevada, la casa se le llenó de pobres pidiendo socorro. ¿Dónde ir? ¿Qué hacer? Cogiendo su abrigo, salió pensando que quizá Doña Pepita Amorós podría ayudar repartiendo la leña que tenía. Volvió con un sí generoso. Pero no bastaba. Al rato, la voz de D. Diego se escuchaba en la radio pidiendo ayuda y convocando a quienes de buena voluntad pudieran ayudar con sus donativos y con su tiempo. A todos les citó en el «Asilo» de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Estas por su parte hicieron comida para todos los pobres.
Dicen que su ejemplo movía a imitarlo. ¿Cómo no? Si aún hoy quién conoce su vida y escritos queda impactado.
En las páginas de la revista «Villena» han quedado impresos varios artículos de D. Diego referidos a nuestra patrona la Virgen de las Virtudes. Algunos de sus títulos son: «El paso de la Virgen», «Despedida» (1951), «El Santuario, taller de santos» (1952), «No hay otra en el mundo entero» (1953), «La Salve» (1954), nos hablan del amor tan entrañable hacia quien es nuestro «Sol de Villena».
En el de 1954 se puede leer: «Los corazones villenenses se ponen al rojo al contacto de la Morenica. De todos los pechos saltan chispas ardientes de jaculatorias flechadas a su Corazón bendito. Este, a su vez, despide llamas de virtudes que nos inflaman en deseos de santidad; formándose, durante unos minutos, un torneo de amor entre madre e hijos, capaz de consumir los corazones más fríos y desamorados».
Así fue el corazón de D. Diego, un corazón encendido en amor «al contacto de la Morenica». Nadie de buena voluntad puede acercarse a la Virgen, «agachada en su trono, hundido por el peso de su amor a los villenenses», y no decirle alguna palabra o mirada de cariño o súplica. Pues, tiene «la Morenica, escribía D. Diego, su título más preciado: Madre, que sabe hacerse todo para todos para ganarlos a todos para su Hijo». Y ¡qué bien lo vivió D. Diego! Cuando murió en 1976 de un infarto al corazón, quizá de tanto amor que ya no le cabía, toda su fortuna no llegó ni a 1 euro, por aquella época 130 pesetas. En cambio, había llenado muchos corazones de un gran amor, el de Jesucristo y la Virgen, había consolado y orientado a tantas personas, dándolo todo y dando su persona por completo.
En el artículo «El Santuario, taller de santos», D. Diego propone un sueño, un proyecto para el Santuario de la Virgen: la construcción de un lugar donde «muchos villenenses vivirían unos días al año bajo el manto de su Madre, regresarían a sus hogares con la conciencia más limpia, la vida más ordenada, y hasta el cuerpo más restablecido». Pensaba en una casa para hacer Ejercicios espirituales, que son unos días de silencio para orientar la vida a la luz de Dios Amor. Termina su escrito deseando que «esta idea, no la alimenta más que la gloria de la Morenica, el prestigio espiritual de Villena y el bien sobrenatural de sus hijos. Esfuércense las almas en quienes prenda esta idea por alcanzar de nuestra Virgen la realidad de estos proyectos tan risueños y esperanzadores».
Años después, algunos de quienes conocieron a D. Diego inauguraron (2002) el actual edificio de la Fundación Ntra. Sra. de las Virtudes. Lugar acogedor, punto de encuentro, casa de espiritualidad y de renovación cultural-social. Aquel proyecto «risueño y esperanzador» es hoy una realidad.
D. Diego sabía que «sin la Morenica, las fiestas de Villena serían sonidos sin armonía y un cuerpo sin alma», por eso recuerda en la «Despedida» que «las Comparsas, armadas de arcabuces y con sus banderas flameantes, van a la cabeza para rendir el último homenaje festero a su Principal Capitana Ya comienza pausado tableteo de arcabuces La Morenica pasa sin miedo, tranquila, sonriente entre chorros de fuego y espesuras de humo Los momentos son indescriptibles; no se puede hablar, sino mirar a la Virgen, que se ha vuelto a dar el último adiós, y llorar». Cuántas veces se emocionaría D. Diego, como tantos, al contemplar el cariño hacia la Virgen y de Ella, «que es muy Madre» hacia sus hijos e hijas. Y verla que se marcha de nuestra Ciudad «la Joya que lució Villena en sus Fiestas, para guardarla hasta otro año en su estuche del monte».
Es momento de terminar estas líneas. La fama de santidad de D. Diego se extiende por todo el mundo y son muchos los testimonios de favores espirituales y materiales que se atribuyen a su intercesión, como también algunas curaciones supuestamente inexplicables. Ojalá Villena reconozca, de algún modo, la labor y el honor de haber tenido tan insigne villenero, hoy camino de los altares, que anduvo por estas tierras amando y sirviendo a todos.
Finalizo con sus palabras: «Por los arcabuces pegados al pecho se desahogan los corazones en explosiones ardientes y atronadoras de amor. La Virgen con el Hijito apretujado entre sus manos y rostro, a todos mira y a todos sonríe». «Y al cruzar la Virgen el paso a nivel, camino del Santuario, arranca tras sí nuestros corazones, como un racimo de cerezas prendidos del Suyo».
José Luis Casanova Cases,
Cura de la Virgen


