Uno lee la prensa o escucha los informativos y, prácticamente a diario, siente agrandada la sensación de que el mundo está, más que nunca, en manos de un puñado de personajes, entre los que destacan Putin o Trump, de cuyas cabezas poco bueno cabe esperar.
Junto a ellos, un grupo de multimillonarios que controlan las mayores empresas transnacionales dedicados constantemente a aumentar sus cuentas de beneficios acrecentando el afán consumista (a costa de un grave deterioro ecológico y, últimamente, de confiar exageradamente en la Inteligencia artificial).
A escala nacional, las esferas políticas (encargadas de lograr el bien común), se muestran instaladas en una intensa lucha que tendría como fin principal mantener o conseguir el poder (al precio que sea), en la que no dejan de aparecer casos de corrupción, utilización fraudulenta de instituciones fundamentales, y campan a sus anchas la mentira, la hipocresía o la dejación de funciones.
Esto, mientras los problemas más acuciantes de la ciudadanía, como la pérdida de poder adquisitivo, el precio de la vivienda, las condiciones laborales, la mejora de la sanidad o la educación, etc. quedan relegados a un segundo plano o bastante desatendidos.
Con todo, en mi opinión, el nada desdeñable daño colateral al que nos enfrentamos por lo pronto es la paulatina normalización de semejante panorama, como si fuese lo que siempre ha habido y no quedara otra que resignarse a su continuación.
El consuelo, o la fuerza para seguir adelante, pueden venir dados por la apreciación objetiva de que las personas con las que convivimos o que conocemos son, en su inmensa mayoría, bienintencionadas, capaces de alcanzar grandes objetivos, ayudadoras en la medida de sus posibilidades de las demás.
Mujeres y hombres, mayores y jóvenes que intentan, cada día, dar lo mejor de sí y que sueñan con un mañana luminoso. Seres así, en todos los lugares, y no los muy minoritarios casos de quienes pretenden utilizarnos en pro de sus intereses particulares, constituimos la Humanidad.
Por ello, en las fechas en que estamos, quiero pensar que hay motivos para felicitarnos, celebrar e ilusionarse. Quiero desear a los cuatro vientos Salud, Paz, Amor, Prosperidad, y que disfrutemos del resto de placeres que nos brinda la vida a cada momento, como un entrañable recuerdo, un gesto amable, una tarea bien realizada, el contacto con las Bellas Artes o la Naturaleza, un pensamiento esperanzador…
Gonzalo Trespaderne Arnaiz







