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Villena

Una edición necesaria. Villenerías de Alfredo Rojas Navarro

Una edición necesaria. Villenerías de Alfredo Rojas Navarro

Cuando escribimos el artículo titulado «Aprecio a Alfredo» para el cuaderno homenaje que publicó el extraordinario Día cuatro que fuera en 2005 en memoria de Alfredo Rojas Navarro, manifestamos una preocupación:

«¿Quién toma el testigo del escribir en villenero con la precisión que Alfredo ponía?… Aún nos queda Eustaquio Cabanes pero Alfredo sabía –y Eustaquio sabe– que no es fácil mantener la pureza de un habla que se pierde. No es fácil porque lo fácil es pasar de lo popular a lo populachero. Y no es lo mismo. No es lo mismo escribir en villenero que creer escribir en villenero. Ahí hay un reto que quien lo coja con ciencia hará un homenaje grande a Alfredo. A Alfredo y a Villena.»

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La preocupación continúa. Y ahora con desasosiego. Una experiencia que nos lleva embarcados algunos meses y de la que pronto tendrán noticia nos ha exigido –nos está exigiendo– estudiar las peculiaridades de nuestra habla, ahondar en las formas de expresión propias que como dice Alfredo Rojas en la presentación de Villenerías, «nos singularizan». Y no es fácil la tarea si se quiere ser riguroso y mantener una «normativa» que aunque no definida como tal, sí se atisba desde la obra Estudio del habla de Villena y su comarca del lingüista Máximo Torreblanca Espinosa hasta el Diccionario Villenero de José María Soler García . Como se atisba también en las constantes mantenidas, más o menos comunes, por los que han hecho uso escrito de ella.
La preocupación continúa y se acentúa desde la falta de Alfredo porque datos objetivos evidencian un riesgo de extinción para el escribir en villenero. Por ejemplo, don José María Soler contabilizó para el periodo 1885-1936 unos veinticinco autores que hicieron uso del villenero en sus escritos; y sólo tres –Alfredo Rojas, Eustaquio Cabanes y el propio Soler– desde 1939 hasta nuestros días. Esto es, unos veinticinco escritores en cincuenta y un años y sólo tres en sesenta y ocho.

La preocupación continúa porque la pérdida de este uso no sólo revela la desaparición de un habla peculiar, sino la desaparición de una psicología particular. Porque más allá de las palabras concretas, mejor o peor dichas, más o menos antiguas, nos preocupa sobre todo aquello que existe detrás de esas palabras. Y lo que existe detrás de estas palabras es una Villena, sino perdida, sí que se pierde . Una Villena, la de ayer, que es percibida sencilla por los conversadores de Villenerías, frente a una Villena contemporánea que sienten más compleja.
Alfredo lo tenía claro:
«(…) estas locuciones —escribe— no son un signo de rusticidad ni una degeneración léxica, sino, a veces, un acierto expresivo y en ocasiones la manifestación oral de una psicología colectiva, (…)» .
A Alfredo –y también a nosotros– más allá de la palabra o de la locución villenera, le interesa el mundo que hay tras esa palabra o locución. Un mundo, ya lo hemos dicho, que se pierde. Y así lo ven, perdiéndose también, agotándose, Ginés, propietario y amo, y Martín, antiguo empleado de Ginés, los ancianos personajes que protagonizan los diálogos de Villenerías.

Efectivamente, los personajes de Villenerías –dos agüelos chuchurríos– transmiten esa percepción: la de que la Villena en la que ellos se van porque se ven y son muy mayores, es una Villena que no reconocen. Y que la Villena de su ahora final, una Villena ocupada por los «autos» no se corresponde con la Villena de su infancia y de sus años mozos; una Villena, aquella, que sólo es ya en su memoria.
Por ello Ginés dirá:
«—Total: que el pueblo que yo tengo en la cabeza, Martín, ya no es el mismo. Aunque me parece que eso no me pasa a mí solo.»
Ginés y Martín con mayor o menor optimismo, con mayor o menor resignación, cuando miran hacia su porvenir sólo ven acercarse a la «pelá», a la muerte. Sobre todo Ginés, menos animoso que Martín.

Y en ese futuro que ven corto se agarran, por un lado, al pasado; por otro, sin más remedio, al presente inmediato. Sobre todo Martín, más vitalista, más vividor del presente que Ginés. Aunque Ginés es más tolerante con las nuevas costumbres –de los novios por la calle por ejemplo – que Martín. Pero Ginés, esta es la impresión que más nos queda, sólo espera en poética espera:
«—Es que estos días de invien-no, Martín, anque no quieras, te pones mustio, y to lo que te viene a la cabeza, es por un estilo. Yo me moriré una tarde de ésas, cuando el campo está de peor cara, cuando las polsagueras llevan los salicornios de un lao pa otro, cuando el sol se pone colorao y empieza a esconderse por los cortaos de los Cabezos y lo pues mirar cara a cara.»

O:
«Los viejos, Martín, no se mueren por ser viejos. Se mueren porque no están en su vida, están ya en la de otros.»
O más adelante cuando Ginés le dice a Martín:
«—Pero, tonto la leche, ¿no te das cuenta que estamos con un pie dentro y otro fuera? ¿No ves que nos vamos a morir, y no tardando? ¿Que esto se está acabando y nos vamos a la carrera?»
Al respecto de los personajes en la creación literaria, Hemingway nos alecciona:
«Cuando un autor escribe una novela, debe crear gente que esté viva, personas y no personajes. Un personaje es una caricatura. Si un escritor es capaz de crear gente viva, puede que no haya grandes personajes en su libro, pero tal vez ese libro perdure como un todo, como una entidad, como una novela.»

Ginés y Martín, los protagonistas de los diálogos de Villenerías quizás no sean grandes personajes, y si no son grandes personajes, no son –atendiendo a Hemingway– caricatura. Ginés y Martín son personas. Y lo son porque son, a pesar de algún lapso biográfico del autor , gente creíble, «gente viva». Les pasa lo que nos pasa –o pasaba en aquellos años de las Villenerías– a los villeneros. Por ejemplo, que Josefa, la mujer de Martín, se ha quedado en la Residencia de Elda cuidando a su cuñada la Estebana .
Así, los personajes nos hablan de lo que les preocupa a través de ágiles diálogos que muestran un gran dominio literario del autor. Martín y Ginés nos hablan desde su perspectiva muy personal, perspectiva determinada bien por su condición social, bien por su cultura y bien por su propio ser que opina desde una natural o innata intuición alimentada sobre todo por una experiencia dilatada por la vida. Y, como personas creíbles, aluden a aquellas cosas contemporáneas, cosas de actualidad, que ocupaban y/o preocupaban en el momento en el que se escriben los artículos:
Se ocupan de la Mahoma cuando se quemó en las fiestas de 1983 .
O de la lluvia de aquellas de 1989 tan pasadas por agua.

Les preocupa la obligatoriedad del valenciano. Que al respecto, y refiriéndose a lo dicho por un valenciano de la Ribera, medio pariente de uno de su cuadrilla, cuenta Martín:
«—Pos que el tío ese nos dijo el jueves que en cuanto nos encantemos, vamos a tener que hablar tos en valenciano. Y que el que se quede arretrasao, mal sea que no le quiten la vejez.»
A lo que Ginés le quita hierro . Aunque más adelante y viendo que todos están con la cuestión lingüística «sacando los pies de las aguaeras», también Ginés muestre su preocupación y pase a reivindicar el habla villenera. Sobre todo el uso de las palabras más o menos singulares:
Alcacil. Haldón. Cagares. Amanosico. Meliguera. Escupiñata. Bosaera. Engalipar. Manifacero. Churlitá. Acolañao. Rebornecío. Revesino. Choraítas…
Les preocupan los nacimientos fuera de Villena, cosa que alarma a Martín cuando da a luz la hija de Pateta:
«¡Un elderico! Ara tos son elderos, yeclanos o de Alicante. Cuando pasen cuarenta años, el que quiera conocer a un villenero, lo va a tener que buscar con un candil.»
Les preocupan las pensiones .
Y aquel «fantasma» que se sintió por el Castillo .
La caída de un chopo en el Parterre y la falta, entonces, de almazara cuando se ponía una
como monumento en la Constancia .

El mercado nuevo y el nuevo túnel en las Cruces .
Las cosas del momento, es verdad, les preocupan, pero también les preocupan aquellas cosas que han preocupado siempre a Villena.
Por ejemplo, el que las Fiestas nos lleven tantos esfuerzos y desvelos:
«El mundo —dice Ginés— no es sólo las Fiestas. Los pueblos no van parriba por tener mejor Entrada ni mejor Cabalgata. Hay otras cosas. En otros pueblos hay gente pa muchos trajines, y las personas se juntan y trabajan pa asuntos de mucho mérito, que luego los sacan en el periódico y hablan de ellos, pero no por las Fiestas ni por los trajes ni por el lujo; sino por cosas de más categoría.»
Y, por ejemplo, y cómo no, entre aquellas cosas que han preocupado siempre a Villena, les preocupa el agua .
En una ocasión, reconociendo las durezas del campo (sequía, heladas…) se lamenta Ginés añorando los tiempos de su infancia en los que salían al campo y rezumaba agua por todos los sitios, abundancia corroborada por Martín que recuerda, a su vez, la existencia de pozos en las casas.

Frente a esa riqueza de antaño, la merma de caudales se manifiesta en el presente en los motores que se secan:
«—Bueno, pos to eso ya se pasó, Martín. En el pueblo ya no queda un pozo, y en el campo hay cuarenta mil, ca ves abajando más las barrenas, ca día el agua más honda. De aquí, de Villena, Martín, sale un río to los días, que se la llevan pa bajo, y ca semana que pasa hay menos. Hasta que no quede una gota. Anque, antes que le veamos el final, aún pasará algo peor: que saldrá salá. Y no valdrá pa beber ni pa regar. Pa lo único que va a servir es pa adobar olivas.»
La reflexión continúa con mucha sensatez en pos de un consumo solidario, responsable y equilibrado para hacer Ginés un hermoso y contundente elogio del agua:
«El agua, to los del campo lo sabemos, es la sangre de la tierra. Si el agua s’acaba, ya no hay de na. El agua es la vida; no tie comparación ni con el petrolio, y fíjate si te digo: ni con el oro. Eso que the nombrao, vale porque han querío que valga. El agua vale porque sin agua se muere to. Y los del oro y el petrolio, si vas a ver, los que los tienen s’han hecho ricos; aquí, de to’l agua que se llevan, no vamos sacao más que dij-justos. Los que han sacao pesquiza, son los gandayos que se la llevan. Y nosotros, aquí, hiciendo el tonto y despendolaos.»

Con estas reflexiones, Ginés y Martín, cada uno desde su perspectiva, desde sus dudas incluso, nos ofrecen un perfil para licenciarse en villenero. Pues ya no sólo nos enseñan el habla para aprender nuestro decir peculiar, sino para aprender esa psicología particular que se manifiesta en ella.
En otros diálogos, los personajes, no eluden hablar de política cuando toca. Y la tratan con el mismo desparpajo y sinceridad que tratan otros temas. Así, con motivo de las elecciones, Martín hace una simpática defensa de las listas abiertas:
«Vamos estao hablando los de la cuadrilla, y vamos visto to las papeletas. De los que conocemos, de unas y de otras, hay algunos buenos, otros regulares, y otros que más les valía que se hubieran quedao en su casa o se fueran a cavar orillas. Lo mejor, decimos nosotros, es que pudiéramos hacer un mesclaíco, y poner unos de un papel, y otros de otro.»

Y si otro día, Martín, defiende con cierto énfasis el carácter representativo del Congreso, el escepticismo de Ginés pone sus peros derivados de la disciplina de voto en los partidos, porque no entiende por qué cuando los unos dicen blanco, los de enfrente irremisiblemente dicen negro. No lo entiende y le duele .
Y otro día, es Martín el escéptico dejando aflorar una inteligente ironía:
«Si habieran entrao tos juntos en el Ayuntamiento, y habieran hecho to lo que decían, se va usté del pueblo, y a los tres o cuatro años ve Villena por un bujero y se cree que es Madrí. Bueno, Madrí se queda, al lao de Villena, como un chinche del siete. Yo, Ginés, cuando veo tanto prometer, y tanto decir, allega un momento que no me creo na.»
Pero mal haríamos, leyendo Villenerías en quedarnos sólo en lo particular. El profesor Ángel Luis Prieto de Paula nos lo advierte en el prólogo certero –»Pórtico emocionado»– que ha escrito para esta edición que presentamos invitándonos a ir más allá de lo particular.

Porque efectivamente, Martín y Ginés, apuntan asuntos trascendentales de los hombres: el orgullo, la ostentación, la muerte, la enfermedad, el amor, la razón de vivir, la ilusión por las cosas que hacemos , la descendencia, la amistad, la condición humana , la resignación ante la realidad y la humanidad de la gente buena , el trabajo, la añoranza y defensa del campo y sus ritmos, sus tiempos marcados por la naturaleza y los trajines de las tareas agrícolas frente a la tiranía del reloj , la hermosura de lo más sencillo como la lumbre , la vida en pareja , la insensatez y la humildad…
«Si la gente no hablara de lo que no sabe, el mundo sería un carro chitos» —dirá Martín .
En Villenerías hay pasajes cargados de honda reflexión que nos ponen delante de la realidad, una realidad relativa lejana a las certidumbres y proposiciones absolutas que tanto nos recuerda, como dice Prieto de Paula en el «Pórtico emocionado», a Montaigne y su relativismo cultural dependiente del punto desde donde se mira:
«—Lo que yo digo, Ginés, es que, si a mano viene, de estar yo sentao en ese sillón, y usté en esta sillica, a lo mejor decía yo lo que dice usté. Y usté defendería lo que yo estí dijendo.»
O dependiendo de quien lo diga:
«No te fíes tanto de los libros; [—dirá Ginés a Martín—] hay unos que dicen unas cosas, y otros, dicen to lo contrario. Y no sabes con cuál quedarte.»
O de las circunstancias:
«To las cosas de la vida tienen su lao bueno y su lao roín. Unas veces las cosas parecen blancas y las mismas cosas, a otro día, parecen negras. O feas o bonicas, o, si vas a ver, las dos cosas a la ves. ¿Tú me entiendes?» —pregunta Ginés a un Martín perplejo .
En relación con la condición social de los personajes, si en ocasiones parece que va a haber un choque social pretérito entre jornalero y amo, la sangre no llega al río porque nunca la hay. Lo que sí que hay son dos perspectivas de ver la realidad, dos perspectivas necesariamente conciliables para comprenderla.
Una realidad además que denuncia nuestras hipocresías y pequeñeces de obsesos por tener más y más, por tener más que por ser; en un mundo donde tristemente ha triunfado lo material.

Hondas reflexiones y sinceras que nos enseñan a ser más humildes. Eso trascendente entre el saber antropológico que hemos dicho: juegos , tradiciones , tipos , gastronomía , tareas , sabores perdidos…
Sí, sabores perdidos como el de los pollos criados en casa frente a los que venden en las tiendas. Los que venden: «(…) están hechos en fábricas, que me da a mí el fato que son de goma.» —sentencia Martín.
Sabores perdidos, historias y leyendas del común, «pasás» y costumbres prácticamente imposibles ya en las urbes contemporáneas como la de sacar las sillas a la calle en las noches de verano o hasta comprar ensaimadas en Alicante, en la calle Mayor .
Y entre las referencias gastronómicas, por ejemplo, Alfredo pone en boca de Martín una lección magistral sobre el arte de sazonar las aceitunas en sus variadas clases y maneras .

Y también amor a Villena existe en Villenerías, amor que es amor a lo propio. Y lo propio es la tierra, la tierra trabajada y sentida por trabajada , y son las calles, y el habla, y los motes y no menos esa manera, a veces laberíntica, para llegar a la identificación de alguien hilvanando gentes, rasgos y parentescos .
Lo propio es lo que nos hace sentirnos común peculiar y entrañable.
Pero el amor a lo nuestro, no cegará a Ginés ni a Martín. E igual que se nos invita a mirar más allá de las Fiestas, los diálogos nos reprochan el desdén que sentimos, en ocasiones, también por lo nuestro.
Por ejemplo, cuando Martín habla de una conferencia sobre Chapí a la que asisitió muy poca gente, Martín recurre a aquello de que «tenemos arrancá de caballo y pará de burro».
A lo que un Ginés dolido añade:
«(…) la mayoría de Villena son como un montón d’aliagas. Que le prendes fuego y se hace una flamerá que no has visto otra. Y al momento, na. ¡Ni brasas!»
Y es que amar lo propio es también sufrir por lo propio.

No podemos terminar nuestras palabras sin agradecer a aquellas personas que han hecho posible este libro. En primer lugar, a Francisco García –Paco García– quien desde la amistad, y sabiendo de su buen hacer, animó a Alfredo, cuando en 1981 renació la publicación más periódica de la revista Villena, a escribir unos diálogos que trataran de asuntos más allá de los de la fiestas que ocupaban a «El Esquilaor» –a Alfredo– en las Charraícas del Paseo. A Ángel Luis Prieto de Paula que ha bordado un prólogo –ese «Pórtico emocionado» que hemos dicho– muy hermoso. A Vicente Rodes Amorós que ha realizado unos dibujos que acompañan muy bien a los textos. A Vicente Prats Esquembre que con la constancia que le caracteriza ha hecho posible esta edición necesaria. A Proisa, la empresa que ha costeado los gastos de la edición para beneficio de APADIS. Y, cómo no, muchas gracias a la familia de Alfredo: a María, a Alfredo, a Mari Cruz, a Mila, a Antonio… que desde que se nos fue el amigo habéis tenido muy claro lo importante que son para nosotros sus textos y no habéis escatimado generosidades para que vuelvan a ver la luz, porque es a través de sus textos como recuperamos la voz del amigo.

Cuando con tranquilidad, en sus casas se sienten a leer, con Villenerías entre las manos, en el sosiego de la noche o en el desperezo del amanecer, en el solaz de una tarde próxima de primavera o cuando sea, pero que sea sin prisas y sin ruidos, fácilmente oirán entre las cuitas de Martín y Ginés, un susurro. Ese susurro es la voz sabia de Alfredo, esa voz que tantas veces nos dijo lo sensato, esa voz que nos dijo, tantas veces, la amistad. Esa voz que para buena memoria de Villena, nunca se debe enmudecer.
Leyendo Villenerías, ténganlo por seguro, yo, emocionándome, la he oído. Pura y clara, he oído, ¡bendita sea!, la voz de Alfredo. Esa que siempre nos hablaba mirando sin distingos de condición ni edad al corazón. Y como siempre que he oído la voz de Alfredo he aprendido mucho. Y sobre todo, he aprendido mucho a amar a mi pueblo.
«Y yo prefiero una helá por la mañana aquí en Villena –nos dice Ginés– que el solecico de otro sitio. Y sentir las campanas de Santiago, y asomarme al balcón y ver el castillo y el reló de la torre, y dar la vueltecica por el Paseo, a media noche, cuando allega el buen tiempo, y subir a Las Cruces una tarde de sol en invien no, aunque ahora, si subes a Las Cruces, te pones en peligro de muerte. O salir una mañanica de verano a la huerta, que te conoces to los caminos, y las sendas, y hasta los ribazos. Yo, Martín, Villena de mi vida. Ahora que ya he hecho la carrera y ya no tengo peligro de irme a otro sitio, como le pué pasar a otro más joven, aquí que he crecío, aquí que he vivío, aquí me quedaré. Los demás sitios, pa ir de visita. Pero pa vivir, mi pueblo, y no es que sea el mejor que hay; pero es el mío.»

Por Mateo Marco Amorós


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