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LA POPULAR ESCRITORA, ESPIDO FREIRE, 1º PREMIO DE INVESTIGACIÓN PERIODISTICA “GARCÍA BERLANGA” DEL MUSEO DEL CALZADO

Como lectora, exijo certezas; deseo que cada novela suponga un paso adelante y sin posibilidades de retroceso en el avance de la literatura. Como autora, no tengo más salida que moverme por intuiciones, un tanteo a ciegas, unas historias repetidas que intento expresar con voz contundente y una duda continua.
¿Cómo crear una nueva historia, una nueva novela, cómo salvar el traicionero salto de siglos? Cada lector habrá de salvarse sólo, y perderse en el bosque de palabras para encontrar la salida, como hacen mis personajes. Un personaje es, por lo general, un ser tan desgraciado como un humano, y exactamente igual de desvalido. Goza, sin embargo, de dos ventajas frente a la vida real: una, la capacidad de ser recordado y amado durante más tiempo del que dura una existencia humana, si su autor ha sido hábil y le ha dotado de energía y de independencia.

La otra, su misterio, su impenetrable hostilidad, el silencio en que se sumen una vez que se ha cerrado el libro. Nada se extraerá de ellos, como de los humanos después de muertos. Pero su triunfo es que ellos viven, que pueden renacer en cualquier momento, que son capaces de pasar por alto las leyes del tiempo y del espacio. No son sino palabras, y como tales pueden ser todo, o ser nada. O silencios. El silencio perfila a los personajes como golpes en la roca.

Cuando se habla de la muerte, de personajes condenados a morir, preferiríamos no conocer su historia, no entrar de lleno en la verdad, pero con la voz, con los silencios, no es posible. Una vez que algo se sabe no es posible no saberlo. Sólo es factible olvidarlo, la otra manera de tender silencio sobre los hechos, como si fuera una sábana mojada actuando contra el fuego.

De alguna manera, el silencio no oculta únicamente hechos: al igual que las palabras, traza de manera misteriosa los límites de un tiempo, de una tierra nebulosa que no termina de emerger de la memoria. Los mundos imaginarios son crueles. No muestran piedad con los perdedores, y los condenan a penas desproporcionadas: la muerte, la locura, o un tormento eterno.

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