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Novelda

Los agricultores del “Campo Santa María Magdalena” celebran la festividad de San Isidro

Los agricultores del "Campo Santa María Magdalena" celebran la festividad de San Isidro

Una vida oculta con Cristo en Dios que nos arrastra. Una vida humilde y sencilla que pone la santidad al alcance de todos.

Labrador incansable hasta la ancianidad, riega con sudores heredades ajenas. Un santo con paño burdo y capa parda, abarcas rotas o escarpines. Polvorientos unas veces, o entorchados de barro otras. Aguijada en mano, guía la yunta arando la tierra. “Espera paciente -así nos lo presenta la liturgia al abrir la Misa- el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía”.

Bautizado de a pie

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Críticas y calumnias de envidiosos descreídos, le cercan siempre, pero con fortaleza humilde las convierte en plegaria. En sus largas horas de oración, mientras abre surcos o siega espigas, otea el futuro y se ofrece por un mundo mejor. Un mundo que eleve al cielo el canto del amor y libe ración revestido de firmeza y coraje. Un canto fraterno que se levante desde aldeas y ciudades, fábricas y minas, parlamentos y tribunales, familias y escuelas.

Coetáneo del Cid, es como él, nobleza de alma y reciedumbre castellana. La tenacidad excepcional del propósito le adorna también.

Esposo y padre, santifica la vida del hogar Bautizado de a pie, ni sacerdote ni religioso, se ofrece casi noventa años por la santidad del trabajo y de la familia. Nos enseña a hacer del “trabajo de cada día plegaria de alabanza que humanice nuestro mundo”

Niñez trabajosa

Una aldea, Mayoritum, era el Madrid de hoy. A finales del siglo XI, le ve nacer en el reinado de Alfonso VI de Castilla. Se asienta en una colina que se eleva sobre el Manzanares cara a la meseta que la circunda. Una fortaleza, Mayrit -Magerit en latín-, la defendía desde hacía dos siglos.

Unos tres años tiene cuando Alfonso VI el Bravo le arrebata al yugo sarraceno. Recibe el Bautismo probablemente en la Parroquia de S. Andrés, una de las más viejas de la futura capital. Le llaman Isidro, síncope de Isidoro, en recuerdo quizá del insigne arzobispo de Sevilla.

Padres muy pobres, pero ricos en fe, son los suyos. En su corazón infantil cultivan el amor a Dios. Auténticos educadores, le enseñan a triunfar del egoísmo y a ayudar a niños más necesitados.

La precaria situación económica familiar le obliga a dedicarse a los pocos años a las rudas faenas del campo. Gregorio XV afirma al canonizarlo, que “nunca salió a su trabajo sin oír muy de madrugada la Santa Misa y encomendarse a Dios y a su Madre Santísima”. Añade que, a pesar de su jornada agotadora, jamás deja de hacer ayunos y abstinencias.


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