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Opinió Villena

«Lo que deja el apagón», de Gonzalo Trespaderne Arnaiz.

LO QUE DEJA EL APAGÓN.

El lunes día 28 de abril será recordado como un día oscuro en la Historia de nuestro país, porque nos quedamos sin energía eléctrica buena parte de la jornada y, con ello, sin luz en nuestros hogares o lugares de trabajo, telecomunicaciones y servicios básicos como obtener dinero en un cajero automático, repostar combustible, etc.

A mí me pilló en Kelkheim, una pequeña ciudad alemana donde me hallaba realizando una movilidad Erasmus+ con una docena de alumnos y alumnas.

Hablé por teléfono con mi mujer a mediodía y luego ya seguí los acontecimientos a través de la prensa digital.

Cuando vi que la CNN o la BBC destacaban el suceso en portada, pensé: “esto es grave, nos encontramos en el centro de las miradas a nivel mundial”. Inevitablemente, se sospechaba que podíamos estar un ciberataque. Luego, apareció una noticia esperanzadora: el suministro tardaría en recuperarse entre 6 y 10 horas.

Pero eso sólo ocurrió parcialmente y, cuando casi a media noche me fui a dormir sin poder volver a contactar con casa, la sensación fue de preocupación por las angustiosas situaciones que debió afrontar la población en general, y de vulnerabilidad porque, aunque para entonces se sabía que en las horas siguientes iría llegando la normalidad a todos los rincones, quedaba el interrogante de si, lo que había ocurrido una vez, podía volver a pasar.

Vi despejada esta incógnita a la mañana siguiente, cuando leí que expertos en la materia habían alertado recientemente sobre la posibilidad de que se produjera un hecho como el que acababa de acontecer. Ello, pese a que la Presidenta de Red Eléctrica lo había descartado tajantemente.

En una entrevista televisiva el pasado mes de noviembre efectuó afirmaciones del tipo: “En España, un apagón total no puede ocurrir”; «Tenemos muchísimas tecnologías distintas para poder garantizar el suministro eléctrico.

Cuanto más diversificado, más seguro y más difícil que se produjera una incidencia. No hay riesgo ni a corto ni a medio plazo».

Todo esto, unido a la impresión de que los ciberteroristas tendrían ahora más pistas sobre la manera de poder causarnos daño, hizo que la intranquilidad inicial derivara hacia otra suerte de planteamientos.

El primero de ellos apuntaba a una evidente falta de previsión de las personas máximamente responsables de un elemento tan esencial en nuestras vidas, unida a la constatación de que el sistema que lo produce o transmite presenta deficiencias inadmisibles.

Con respecto a lo primero, nos volvimos a topar con dirigentes políticos echándose la culpa mutuamente intentando sacar rédito, y a nadie que asuma alguna parte de culpa o presente su dimisión.

En relación con lo segundo, resulta bastante claro que las cosas no se han hecho bien. Sin que aún se conozcan las causas del incidente, sin ser persona experta ni entendida en estas lides, sin saber sobre cuotas de producción o de demanda de energías renovables, caídas de tensión, etc., salta a la vista que no se han tomado la medidas adecuadas para encapsular o sectorizar un gran fallo como el sucedido a fin de evitar una reacción en cadena, y que no se ha invertido lo suficiente para asegurar el almacenamiento de flujos sobrantes, así como la interconexión con otros países.

El segundo enfoque se dirigía a la propuesta realizada por la Unión Europea el pasado 26 de marzo para que toda la ciudadanía tenga un kit con el que hacer frente, durante 72 horas, a una situación de emergencia como la que puede provocar un desastre natural, una pandemia o un conflicto bélico.

Los franceses contarán este verano con una especie de manual de supervivencia de unas 30 páginas para saber qué hacer y lo que conviene tener preparado en tales casos (basada en las guías que ya distribuidas en Suecia, Finlandia, Noruega y Dinamarca).

Si, al parecer, ha habido voces discordantes por entender que tal postura alienta el catastrofismo, e incluso burlas al considerarse que sirve de poco, lo vivido el lunes, junto con lo que trajeron los primeros días del confinamiento, así como lo que produjo la dana en el mes de octubre (sin contar con los planes anidados en la cabeza de alguien como Putin), aconseja dar por buena la mencionada actuación.

La tercera reflexión que empecé a desarrollar mientras la tarde de autos disfrutaba de un paseo por entre prados y bosques exuberantes, refuerza la teoría de que deberíamos ser capaces de no depender tanto de las nuevas tecnologías para mantener el bienestar físico y emocional.

Oí que en algunas ciudades la gente había salido a las calles para reunirse con familiares o amigos. En la localidad que visitábamos, el alumnado decía estar disfrutando más llevando a cabo labores domésticas o juntándose en un parque que acudiendo al centro de Frankfurt.

Fenómenos de esta naturaleza me parecieron alentadores ante otros escenarios en los que habitualmente se da aislamiento, falta de alternativas a las rutinas basadas en el uso del móvil o Internet…

También llegué a imaginar las situaciones críticas que podrían llegar a producirse en una gran urbe a medida que aumentan las horas de falta de lo necesario o la incertidumbre, con personas malintencionadas que se dediquen al pillaje…

Creo que no estamos suficientemente preparados para hacer frente a algo así.

Por tanto, a ver si lo sufrido sirve para aprender y concienciarnos positivamente; para que si vuelve a ocurrir algo similar o incluso peor, no nos paralicemos y sepamos actuar de la mejor manera posible.

Gonzalo Trespaderne Arnaiz.


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