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Villena

Artículo de opinión de Francisco Tomás Díaz. FELICIDADES

Los Colegios Públicos Joaquín Mª López y Ruperto Chapí conmemoran sus setenta y cinco años de existencia. Con motivo de esta efemérides ambos Centros han realizado y continúan desarrollando una serie de actividades con el fin de hacerse notar y dar a conocer a la población tan dilatada experiencia educativa. Bien sea a través de exposiciones, de charlas, encuentros o publicaciones varias, los citados colegios quieren festejar el hecho de cumplir años, bastantes años, en esta labor que de forma genérica llamamos Escuela. Y lo hacen desde el sentimiento de pertenencia a una sociedad que inevitablemente ha ido variando con los años y en la cual se han visto inmersas, con sus luces y sombras, con sus vicisitudes, alegrías y tristezas. Sería importante, por parte de la ciudadanía actual, el justo reconocimiento a una tarea en la que el saber y el conocimiento han sido y son faros en los que poner la vista, ayer y hoy. La Escuela sigue siendo factor decisivo de aprendizaje y desarrollo personal (sé lo que me juego con esta afirmación). La Escuela, digo, recorre los caminos de la historia, hace historia a su vez, y se encorseta en las rutinas diarias, tanto si atraviesa páramos intelectuales –llámese dictadura– o intenta levantar el vuelo si la coyuntura es favorable –llámese democracia–. Los Colegios citados iniciaron su andadura allá por el año 1933 del siglo pasado, en plena Segunda República, con los inconvenientes propios de una época atrasada pero que, a toda prisa, quería salir del analfabetismo miserable que la carcomía. Duros debieron ser aquellos años del inicio, con unas aulas simples en mobiliario, abarrotadas de niños y niñas cuyo proyecto sería huir de la ignorancia, y un maestro o una maestra que dieran cauce a ese anhelo. Como el tiempo sabemos que fluye, nuestras celebradas escuelas se tuvieron que acomodar a la espesura y tristeza de otra época en la que la inteligencia fue derrotada por el sable. Penuria, no sólo material, fundamentalmente cívica. La larga dictadura frenó el incipiente espíritu republicano de luz para convertirlo en la sombría sotana bajo cuyo palio se secuestró la enseñanza. Nuestras escuelas viajeras por el tiempo, por fin, ven acomodarse a nuevos modos y maneras que traen cánticos de libertad. El retorno de la democracia supone abrir la ventana para purificar las aulas y llenarlas de aire fresco. Casi, casi llegamos a nuestros días, en este devenir rápido. Los colegios Ruperto Chapí y Joaquín Mª López ya no están ubicados donde antes, no; el griterío de su alumnado llena otras aulas, otros patios, distintos ladrillos pero el mismo propósito del profesorado: Desterrar la brutalidad y el egoísmo. Noble empeño.
Soplamos las velas, con sus maestros y maestras –de ahora y antaño–, con los alumnos y alumnas que son y quienes lo fueron, con los padres y madres que participan y se implican en la escuela, con las autoridades que, confío, apoyan y ayudan…, es decir con la sociedad que venimos en llamar: Civil. El proyecto escolar es compromiso y participación o no es. Simplemente. En un mundo de prisas y agobios, de empujones y engaños, de islas solitarias, el archipiélago empieza a ser importante; tender puentes, necesario; estimar y cuidar la escuela: Vital. La educación ha sido y es –no me atrevo a más— la palanca desde donde saltar a mejores condiciones de vida, de escapar de la selva para adentrarnos en la Ley. Estas escuelas, por ejemplo, cuyo septuagésimo quinto aniversario celebramos hoy.
Debiera ser, éste, momento de alegría porque una Institución como la Escuela es capaz de atravesar las arenas movedizas del tiempo, en las que se hundieron propósitos y banderas, en las que el fracaso pareció ilustrar el camino, para renacer con entusiasmo, con el entusiasmo que se le deja para realizar el trabajo, repito, noble trabajo.
Las Direcciones actuales de los Centros cumpleañeros, junto a los claustros y demás componentes de la Comunidad Educativa han querido y quieren hacernos partícipes de un recorrido por la historia. Por el especial olor de lápices y libretas, hoy transmutados en Internet, por los mapas de antes con sus cordilleras y todo, con el antiguo crucifijo como garante de la legalidad, algunos plumieres de un piso o de dos, fotos color sepia, en blanco y negro, en color… ¡La Escuela!. Qué más quisiéramos que generaciones actuales vieran las escuelas como lugares de saber, de saber todo aquello que nos sirve para nuestra autonomía personal, para guiarnos con el raciocinio y no con el impulso, ¡qué más quisiéramos!. Iba a escribir: desgraciadamente no es así. Lo iba a escribir, ya digo. De verdad que me alegro mucho de que dos Colegios de Villena celebren su cumpleaños, de que sean protagonistas por unos días o semanas, compitiendo con la implacable indigencia cultural que tristemente nos invade.
Lo dicho, ¡felicidades!, compañeros y amigos, compañeras y amigas.

Francisco Tomás Díaz


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