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Villena

“Batalla por la paz”, por Gonzalo Trespaderne

Cuando era un crio jugaba con soldaditos de plástico. En la tele los sábados o en el cine los domingos nos ponían películas en las que “los buenos” mataban a “los malos”. En el barrio fabricábamos lanzas, arcos o tirachinas y hacíamos guerrillas. A veces, nos peleábamos; incluso cuando fuimos haciéndonos mayores, a tortas o puñetazos… Pronto entendí que el impulso agresivo y destructivo, ese thanatos del que hablaba Freud, es consustancial al ser humano, y que más nos vale sujetarlo.

Estos días asistimos al espectáculo del belicismo a gran escala en la frontera de Ucrania. Amplio despliegue de tropas rusas frente a las aliadas de la OTAN (el mayor desde la Segunda Guerra Mundial), con carros de combate, aviones y barcos cargados de bombas y misiles. Amenazas de uno y otro bando…

Aunque pueda resultar interesante oír hablar de estrategias de combate, escenarios que cabe esperar después, etc. o hasta visualmente cautivador contemplar a los ejércitos con su tecnología punta lista para entrar en acción; aunque parezca evidente que Putin es un fanfarrón al que hay que parar los pies y dé la sensación de que Biden y Europa son los que hacen las cosas bien; aunque nos sintamos tranquilos viéndolo todo a través de las pantallas como algo que ocurre muy lejos, no nos engañemos: nos encontramos ante un conflicto de máxima envergadura cuyas consecuencias pueden ser imprevisibles y tremendamente devastadoras (mucho más allá de lo que supondría una drástica subida del precio del gas para los países del viejo continente).

Ya no somos niños. Hemos aprendido que las armas “las carga el diablo”, y si no, esa industria que quiere venderlas por todo el planeta (España es el séptimo productor a nivel mundial —EEUU primero, Rusia segundo, Francia tercero y Alemania cuarto—). Sabemos que detrás de las escaladas armamentísticas y los enfrentamientos que producen hay grandes intereses económicos o geopolíticos, en buena parte promovidos por la ambición o por el ego desmedido de personas a quienes poco importan las verdaderas necesidades de la inmensa mayoría de la población. Tengamos bien presente que si a alguien le da por apretar el botón morirán niños y civiles que hoy están estudiando o trabajando en sus pueblos y ciudades, con ilusiones y proyectos vitales como los que tenemos cualquiera de nosotros.

Dejémonos de fantasías, seamos conscientes del sufrimiento inmenso que la guerra produce en los hogares de seres inocentes, y pidamos a nuestros dirigentes que hablen y no se levanten de las mesas de negociación hasta conseguir que quienes tienen la última palabra pongan fin a las hostilidades, garanticen que la solución a los conflictos vendrá dada por el diálogo, y se convenzan de que el mayor bien para la

Humanidad es la Paz.


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