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Opinió Villena

«Llantos por quienes no llegaron», de Gonzalo Trespaderne Arnaiz

LLANTO POR QUIENES NO LLEGARON.

El miércoles 28 de mayo llevaban 10 días con sus noches surcando peligrosas aguas del Océano Atlántico. Más de 150 personas a bordo de un viejo cayuco. Apretadas, desnutridas, agotadas. El Servicio Integrado de Vigilancia Exterior detectó la embarcación a unos 11 kilómetros de la isla de El Hierro. Rápidamente acudió en su ayuda un buque de salvamento. No obstante, dada la complejidad que suponía transbordar a sus ocupantes, se decidió guiarlos al puerto de La Restinga.

Quiero imaginar que, al menos en ese trayecto se vieron a salvo, después de una travesía seguramente infernal. Que los hombres pensaron que su sueño de enviar dinero a casa faenando en invernaderos, campos de cultivo o barcos de pesca (si no, vendiendo falsificaciones en la calle), estaba cerca de hacerse realidad. Que las madres sintieron que podría realizarse plenamente su esencial cometido en este mundo: proporcionar a sus criaturas comida, protección y enseñanzas para vivir libremente. Que los menores dejaron de tener miedo sin que los mayores fueran capaces de quitárselo. Que esa congregación dio gracias a los cielos porque iba a dejar atrás la guerra, el hambre, una vida condenada cada jornada a la inexistencia de un mañana mejor.

Porque nada más arrimarse el cascarón al muelle, el pasaje, instintivamente, quiso bajar a tierra firme, en bloque, sin percatarse de que su peso conjunto mal repartido podía provocar un vuelco. Y eso es lo que fatídicamente sucedió. Grabado por algunas cámaras. Con gritos de espanto e impotencia como sonido de fondo rompiendo un silencio estremecedor.

Hubo miembros de Cruz Roja, Policía Nacional, Guardia Civil y espectadores que tiraron flotadores o saltaron al agua para rescatar a quien quedara a flote.

Pero la culminación de la insospechada tragedia no se hizo esperar: siete cuerpos se hundieron rápidamente. Nos dijeron que, probablemente, debido a que la extenuación de los músculos no dejó que bracearan o se agarran a nada. Cuatro mujeres y tres niñas, dos de corta edad.

Me consuela convencerme de que el fatal desenlace ocurrió en segundos, ojalá sin que tuvieran consciencia de que lo último que vieron sus ojos o llenó sus pulmones era la muerte, vestida de turbio gris verdoso, muda, indolora.

Espero que las demás personas que vivieron esos momentos puedan olvidar y seguir adelante con sus trabajos e ilusiones.

Necesito creer que esta nueva pérdida de vidas en el mar tan cruel, agitará las conciencias de quienes tienen la posibilidad de evitarlas. Sé que eso requiere enormes inversiones económicas con las que los países desarrollados debemos comprometernos; contribuir con nuestras mejores políticas a forjar gobiernos que solucionen conflictos tribales y religiosos, corrupciones y desmanes, u otros muchos obstáculos que pueden parecer infranqueables… como los que ha habido que superar para llegar a las mayores metas que se ha propuesto la Humanidad. Mientras tanto, confío en que cada vez haya más gentes que sepan ver en la mirada de quien ha tenido que irse lejos de casa a buscar el pan, una historia de sacrificio y sufrimiento unida a la esperanza de una existencia digna, como la que cualquiera querría tener si se encontrara en parecida situación.

Gonzalo Trespaderne Arnaiz


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