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Opinió Villena

“A otra cosa, mariposa”, por Gonzalo Trespaderne.

A OTRA COSA, MARIPOSA.

Desde que con mis primeros viajes de juventud empecé a sentirme ciudadano del mundo, siempre he llevado en la mochila esta frase de Nelson Mandela: “Si hablas a un hombre en una lengua que entiende, el mensaje llega a su cabeza; si le hablas en su lengua, le llega al corazón.”

Por eso, cuando vine a vivir a Villena, inicié el aprendizaje del Valencià. Trabajaba en casa con un manual, veía en la tele el desparecido Canal 9 y escuchaba atento a los habitantes de Biar.

En el trabajo (que no en la calle, dado que la localidad de mi mujer es castellano hablante, si bien la abuela Aurora era de Beneixama –y cuando le preguntábamos qué tal estaba el arroz de mi suegro, la recuerdo con su cara amable respondiendo “boníssim”), con los compañeros y las compañeras que tenían esa variante del catalán como lengua madre y que, sin embargo, hablaban Castellà, articulaba, al menos, alguna sencilla expresión del tipo “bon dia”, “com estàs” o “moltes gràcies”.

En 2013, me presenté a los exámenes de la Junta Qualificadora y conseguí la acreditación de certificado de nivel B1. A continuación, para poder desarrollar en mi centro un proyecto experimental de plurilingüismo, pasé a desoxidar el inglés.

Pronto aprobé un B2 en la Escuela Oficial de Idiomas (donde pude mejorarlo durante 4 años más). Después, comencé a asistir a clases particulares en una academia y en la Escuela de Personas Adultas a fin de presentarme a las pruebas de C1 de la Junta.

En 2018 aprobé la parte de estructuras lingüísticas pero suspendí el examen de conversa. Sin ese certificado de nivel más la Capacitació para impartir docencia en Valencià, no podía optar a la condición de Catedrático de instituto por la especialidad de Filosofía en el concurso de méritos que convocó ese año la Conselleria (aunque tenía la máxima puntuación en todos los apartados).

Ni puedo solicitar destino, por ejemplo, en Alicante, por encontrarse fuera de la lista de poblaciones catalogadas como castellano parlantes en la Ley Autonómica 4/1983 (pese a que en esta capital es raro encontrar al alguien que se exprese en Valenciano). Paradójicamente, al año siguiente fui nombrado por sorpresa (sin querer lo más mínimo tener que ejercer semejante cargo) Presidente de Tribunal en las oposiciones al cuerpo de profesores de enseñanza secundaria por la especialidad de Filosofía en la Comunitat (debiendo examinar a un buen número de aspirantes que escribían disertaciones de más de veinte folios o hablaban durante más de una hora en la lengua de Ausiàs March).

Aquello suponía para mí una tremenda contradicción. A partir de ese momento, me planteé como reto personal aprobar los exámenes certificadores ya citados. Lo que hice fue bajarme el listón y, tras dos años de mucho repaso, taller de conversación en la EPA dos horas a la semana y un curso intensivo de 60 horas del Servei de Llengües de la UA, me he he presentado a les proves de B2 que organiza la Comisión Interuniversitaria de Estandarización de Acreditaciones de Conocimientos de Valenciano.

Asistí al ejercicio oral (un monólogo de 3-4 minutos y un diálogo de 4-5) el pasado lunes. Resultado: no apte.

Con eso, quedo otra vez eliminado.

El caso es que salí del aula contento, porque había contado unas cuantas cosas usando vocabulario bien seleccionado, aunque debido a tener que desplazarme a San Vicente del Rapeig con bastante tráfico, al calor, y a formar parte del último turno de la tarde, no estuve muy fluido y volví a cometer un castellanismo grave que ya tenía superado (cual es decir “tienen que” en lugar de “han de”).

A lo largo de esta semana he estado planteándome si sigo intentándolo. Sin embargo, habida cuenta de la experiencia acumulada y con los comentarios que oigo a otras personas de mi edad sobre lo alienante que puede resultar el proceso estudiando y practicando en los ratos libres, he decidido que, de momento, me planto. Creo que el nivel de exigencia de organismos como los que he mencionado es extraordinariamente alto. Sé que responde a determinados intereses no solo lingüísticos que aquí no voy a discutir. Además, como educador, tengo por regla de oro ayudar o dar facilidades al alumnado que se esfuerza, consiguiendo así la gran mayoría de las veces que se comprometa más y mejor con la materia.

Si yo hubiera salido airoso del último trance, habría seguido preparando muy motivado la redacción y la teoría de la que habrá que dar cuenta durante dos horas y media próximamente. Y a finales de este mes me habría matriculado en la EOI para continuar avanzando. En cambio, merced a este nuevo chasco, lo que haré será valerme de todo lo asimilado hasta ahora para entender a las personas que me hablan en Valencià al igual que ellas me entienden a mí cuando les hablo en Castellano, y mantener el gusto de hablarles en su lengua, lo mismo que ellas tienen el detalle de hablarme en la mía cuando la situación acompañe.

Por lo demás, he pensado que voy a dedicar el poco tiempo que me queda por las tardes para los idiomas a reforzar el Inglés, a desempolvar el Francés y el Alemán, y a empezar con el Italiano y puede que hasta con el Portugués.


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